Escritos



Historiografía y educación media

Pese a lo que pudiere connotar el título de la presente reflexión, no se indagarán aquí las tradiciones historiográficas que tuvieron y tienen cabida en la Historia Enseñada en el nivel medio. En realidad, se propondrá pensar los usos de la Historiografía en la enseñanza de la Historia.
Es poco usual que se establezcan relaciones entre el espacio disciplinar en cuestión con la práctica cotidiana de los profesores en las aulas. No podría citar ninguna investigación que sustente esta idea; es más bien una impresión fundada en peculiares charlas en la sala de profesores, y en el contacto con libros escolares –téngase en cuenta que la organización de éstos últimos tiende a influir en la estructuración de clases y en los contenidos de la enseñanza-. Debe decirse que a diferencia de otros centros de investigación, como España, las producciones que tienen por objeto a la Historia Enseñada no son de las que más abundan en el medio local.
La articulación del campo historiográfico[i] con el área metodológica de la enseñanza es reciente. Recuérdese que el aumento y valoración de los estudios historiográficos son fenómenos de corta trayectoria, y que además la disciplina no cuenta con una gran tradición dentro de los Institutos de formación docente. Otra explicación posible tiene relación con los acotados límites que antaño mantuvo la Historiografía. Es decir, si su objeto se comprende como un mero inventario de biografías y obras de historiadores, su implicancia didáctica se vuelve modesta. Sin embargo, claro está que sus alcances actuales son otros: sus fronteras se han vuelto gratamente permeables. Si bien es válido indagar sobre experiencias, formaciones y producciones particulares, existen otras vías tendientes a explorar la construcción y transmisión del conocimiento histórico. Se puede avanzar, por ejemplo, más allá de trayectorias individuales y dar cuenta de corrientes historiográficas, que se articulen con proyectos sociales[ii], contextos históricos, y/o profesionales. Sin pretender agotar el tema, pueden mencionarse otras líneas de indagación que se detienen en los usos públicos y las valoraciones que Estados y sociedades –o partes de ellas- les dan a las narraciones históricas. De esta manera, no sólo analizan obras realizadas por historiadores, sino también otras confeccionadas fuera de la esfera académica, e incluso destinadas a un público amplio.
Debido a los límites más bien difusos que la disciplina presenta hoy, algunas investigaciones prefieren utilizar el término cultura histórica para indicar su objeto de estudio. Este concepto, al referirse al vínculo que la sociedad o un sector de ella mantiene con su pasado, permite recorrer con libertad las dimensiones del campo antes señaladas, así como también otras relacionadas con lo memorial y patrimonial.    
A sabiendas de las posibilidades de la Historiografía, es válido preguntarse cuáles podrían ser sus utilidades para un docente del nivel medio. Generalmente emerge en las aulas como estrategia para ejemplificar diferentes formas de interpretar un mismo tema. En las últimas décadas los libros escolares comenzaron a incluir a modo de “cierres reflexivos” opiniones encontradas de distintos historiadores sobre una determinada coyuntura histórica. Los capítulos que incorporaron estas propuestas son aquellos cuyas temáticas han generado mayores controversias en la sociedad. Por ejemplo: los libros destinados al tercer año de la secundaria, adoptaron casi como regla general ejercicios de estas características a la hora de estudiar el fenómeno rosista.  
La invitación a contraponer distintas miradas es un cambio sustancial respecto a la unicidad del relato que caracterizó a la materia escolar en sus orígenes, y que permaneció en la lógica de libros de no muy antigua factura -Por citar un ejemplo, recuérdese el manual Historia. La Edad contemporánea. La Argentina de 1831 a 1982 de la Editorial A. Zeta (1983), vigente aún en las aulas porteñas-.       
Descentrar la explicación docente; Fomentar las intervenciones y lecturas críticas; Comparar; Complejizar las argumentaciones…  El valor de estas actividades no es otro que invitar a ejercitar el pensamiento crítico de los estudiantes y docentes. Sin embargo, su eficacia depende de la forma en la cual se implemente la experiencia en el aula: Si los dichos de los historiadores se utilizan como una mera ilustración de la posible pluralidad de opiniones, o como estrategia para que el docente se desligue de la “engorrosa” situación de expresar su postura sobre el tema enseñado, la actividad pierde peso.
Los libros escolares suelen mencionar las corrientes historiográficas con las cuales se pueden emparentar a los autores que “opinan”, por ejemplo, sobre rosismo -en este caso lo común es la referencia a las tradiciones liberales y revisionistas. No obstante, quedan siempre inconclusos en su narrativa los motivos que llevaron a esas corrientes a pensar un determinado tema de diferentes formas. Claro que si los estudiantes no han llegado a estudiar aún dinámicas del siglo XX sería dificultoso guiarlos en la compresión de los proyectos sociales y climas de ideas que dieron sustento a dichas interpretaciones. Sin embargo, el docente tiene la posibilidad de retomar estos temas cuando la clase avance hacia ese espacio temporal; así se lograría completar y hacer realmente un análisis historiográfico y no un mero muestrario de opiniones. Incluso, de esta forma acercaría a la clase temáticas de historia reciente que generalmente quedan fuera de las planificaciones formales, y que suscitan bastante interés en los estudiantes.
Por otro lado, si bien el objetivo no es enjuiciar personajes o hechos históricos –excedería la “función” de la Historia- cada estudiante debería poder comprender y elaborar el período enseñado desde su óptica particular. La actividad podría propiciar ese espacio de reflexión.
En cuento a la selección de recursos, de debe decirse que en los manuales escolares este tipo de análisis parte de las voces de los historiadores; no obstante se pueden tomar también otras expresiones culturales (tal vez más cercanas al mundo de los adolescentes) donde encontremos huellas del pasado: canciones, películas, nombres de instituciones, monumentos, libros escolares, y mil etcéteras: ¿Por qué a fines de la década de los ´90 los Piojos se preocupaban por el modelo agroexportador en la canción San Jauretche? ¿Por qué en el Santo de la Espada y en Revolución la figura de San Martín se compone de diferente manera? ¿Los libros de Historia siempre relataron los procesos históricos de igual forma? ¿Por qué? ¿Qué dicen los viejos manuales olvidados en la biblioteca del colegio? ¿Qué espacios les dedican a las mujeres? ¿Y los sectores subalternos? ¿Cómo recuerdan sus papás y abuelos sus clases de Historia? ¿Cómo y qué les enseñaban?
Estas estrategias hermenéuticas junto a otras vinculadas a la dimensión heurística de la Historia, ayudan a reforzar aquella idea trabajada durante el comienzo del año en los primeros cursos: la Historia es una construcción social, nuestra cultura histórica se re-elabora. Permite no sólo explicitar el margen de subjetividad que contiene todo relato, sino también trabajar en torno a las fuentes y metodologías a partir de las cuales se construye el conocimiento. ¿Cómo llega a conocer el historiador la cultura política de la analfabeta plebe rioplatense del XIX? Si durante sus primeros días en la secundaria los estudiantes deben abordar aquello de las “disciplinas auxiliares”, tal vez sea provechoso incluir en ese espacio preguntas y reflexiones a cerca del uso de fuentes y su impacto en el corpus histórico. En la práctica, quizás ayude a penetrar aquel “sentido común” que rodea a la materia, que tiende a indicar que sus contenidos son algo “dado” o “cerrado”.
A propósito de esta última idea, vale traer a cuenta los trabajos de Pilar González Maestro en los cuales la se advierte una desconexión entre las teorías de la Historia que sustentan a las investigaciones actuales y aquellas que están implícitas en la Historia Enseñada de España. Es decir, el contenido que se transmite en las escuelas tal vez sea producto de las nuevas formas de entender y hacer Historia, sin embargo puede que la forma en la cual se lo transmite responda a paradigmas antiguos:
“…esta renovación de contenidos que realmente se produce, –aún con todos los retrasos y desfases denunciados constantemente-, adolece de un vacío fundamental: la renovación de la concepción teórica de la Historia de acuerdo con las nuevas posiciones de la Historiografía que está produciendo precisamente esos nuevos contenidos (…) Y ello es natural en cierto modo, puesto que la asignatura escolar, en lo que a contenidos se refiere, ha sido concebida desde su origen como un resumen de la Historia investigada, de lo ya conocido, y no como una forma de conocimiento de gran potencialidad intelectual y formativa, cuyos modos de entender y explicar, sus formas de ‘pensar’ esos contenidos, deben desarrollarse mínimamente en los alumnos para que puedan comprender y por lo tanto aprender de forma efectiva, de forma significativa”[1]   

Contemplar aspectos del campo historiográfico probablemente le brinde al docente herramientas para justificar su enfoque y selección de contenidos, pero también otras para re-pensar las formas en las cuales los explicará. Si se toman como referencia las investigaciones desarrolladas en los últimos veinticinco años ¿Puede enseñarse, por ejemplo, la emergencia de caudillos en el Río de La Plata través de sus “causas y consecuencias”? Sería poco coherente usar un mecanismo explicativo correspondiente a una concepción epistemológica de la Historia establecida en el siglo XIX. Quizás el compromiso de los primeros profesionales de la disciplina respecto a la Historia enseñada haya dejado una impronta tan marcada que facilite también aquí la naturalización de ciertos hábitos y prácticas en las aulas. 

La idea implícita o no, de que la Historiografía es un área de cierta “sofisticación”, prescindible si se quiere enseñar Historia a adolescentes es discutible a partir de una comprensión amplia de la disciplina. De hecho, el enfoque puede acompañarnos durante todo el año – no sólo a la hora de abordar “temas controversiales”- y contribuir cotidianamente para que la clase ejercite aquellos contenidos actitudinales que giran en torno al desarrollo del pensamiento crítico.
Pensar diacrónicamente no es sencillo, pero cuando se logra matiza, enriquece y complejiza las reflexiones. Al fin y al cabo, ¿Esas no son las metas de los docentes?

Paula Serrao.


[1] MAESTRO GONZÁLEZ, “Historiografía, didáctica y enseñanza de la historia”, en: SUÁREZ, Teresa (Dir.) Clío y Asociados. La Historia enseñada. Centro de Publicaciones, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, N° II, Septiembre, 1997, Página 15.


[i] Me refiero al sistema relativamente autónomo de interacciones sociales e institucionales que giran en torno a las prácticas historiográficas, así como también a los temas, problemas y modos de operar que hacen a este tipo de conocimiento. Se está tomando como referencia la definición que Pierre Bourdieu realizó sobre el Campo intelectual. BOURDIEU, Pierre, Campo de poder, campo intelectual: itinerario de un concepto. Buenos Aires, Montressor, 2002.    
[ii]  Es decir, aquellas propuestas políticas –subyacentes o explícitas- contenidas en la narrativa histórica. En palabras de Joseph Fontana: “Toda visión global de la historia constituye una genealogía del presente. Selecciona y ordena los hechos del pasado de forma que conduzcan en su secuencia hasta dar cuenta de la configuración del presente, casi siempre con el fin, consciente o no, de justificarla. (…) La descripción del presente –producto obligado de la evolución histórica- se completa con lo que llamo, genéricamente, una ‘economía política’, esto es: una explicación del sistema de relaciones que existen entre los hombres, que sirve para justificarlas y relacionarlas – y con ellas, los elementos de desigualdad y explotación que incluyen-presentándolas como una forma de división social de trabajos y funciones, que no sólo aparece ahora como resultado del progreso histórico, sino como la forma de organización que maximiza el bien común. De esta evolución del pasado al presente, mediatizado por el tamiz de la ‘economía política’, se obtiene una proyección hacia el futuro: un proyecto social que se expresa en una propuesta política.” FONTANA, Joseph, Historia: análisis del pasado y proyecto social. Barcelona, Crítica, 1999. pp. 9-10.     











Porque la quiero tanto. Historia del amor en la sociedad rioplatense (1750-1860)

Carlos A. Mayo, Buenos Aires, Biblos, Colección Historias Americanas, 2004, 143 p.


Victoria Antonia Pesoa reclamaba el regreso de su marido, Fernando Maceira, quien había partido años atrás hacia el Paraguay por asuntos de negocios; el joven estudiante Rafael Ferreyra se escapaba del viaje que le habían preparado sus padres para impedir que se casara con la pobre Isabel Rodríguez; Juan Ramón Balcarce le juraba a su “amada negrita” que los “prejuicios raciales” de su familia no impedirían su unión… Sobre éstas y otras historias de amor trata el libro de Carlos A. Mayo.

No es la primera vez que el reconocido historiador de la sociedad colonial aborda este tipo de problemáticas, bastamente exploradas por los centros académicos europeos, que por cierto Mayo transitó. Distintos artículos escritos con anterioridad y publicados en Investigaciones y ensayos[1] dan cuenta de ello, así como también algunos capítulos del ya clásico Estancia y sociedad en la Pampa. 1740-1820.

En esta oportunidad, el autor recorre un trayecto temporal de más de cien años (1750-1860) para detenerse en las formas en las cuales los miembros de los sectores altos y medios, principalmente porteños y bonaerenses, sintieron y expresaron sus amores. El tratamiento del tema es juicioso y atento a las limitaciones que conlleva estudiar un objeto tan escurridizo y complejo. La experiencia subjetiva es fundamental en el análisis, y de hecho no todas las historias pretenden ser representativas de “la” manera en cual hombres y mujeres vivenciaron el amor. Algunas se presentan como “un caso ilustrativo y valioso per se.”. A través de las cartas que se escribían los amantes, sus diarios íntimos, algunos textos literarios y periodísticos, y materiales de los archivos judiciales, Mayo cuenta breves historias con nombre y apellido, que recuerdan el resurgimiento del individuo luego de la crisis de los grandes modelos macro-sociales. No obstante, el conjunto de las narraciones, acompañado por agudos espacios analíticos, invitan al lector a aproximarse a aquellos valores y códigos de conducta que parte de la sociedad compartió e internalizó; a su vez, también explora situaciones que ayudan a entender mejor el funcionamiento de los entramados sociales. Por ejemplo, ¿Cómo se las ingeniaría una “mujer decente” para sortear las deudas monetarias que su esposo le dejó al abandonarla? ¿Qué hacer con los negocios que dejó pendientes? ¿Con qué estigmas sociales tuvo que cagar luego del abandono?

Acercar el lente le permite al autor, además, analizar de qué maneras los individuos se vincularon con los imaginarios y mandatos existentes en sus sociedades. Así, es posible ver cómo algunos de los personajes atravesaban aquella “jaula flexible” de la que hablaba Carlo Ginzburg, mientras otros intenten sujetarlos hacia el interior de la misma. Efectivamente las representaciones estamentales podían ser desafiadas por relaciones consideradas reprobables debido su pasión e intensidad, o porque atentaban contra el linaje y la fortuna de familias acaudaladas. Pensar en ello, da un mayor margen de libertad y acción a los sujetos, que a veces los historiadores y profesores también tendemos a encerrar.

Los sentidos del amor y sus variables se analizan teniendo en cuenta el factor temporal. Es que los profundos cambios a los cuales se expuso la sociabilidad rioplatense durante los años que toma el libro, se articulan directamente con esta esfera tan especial de las relaciones humanas. Es decir, ¿Qué dinámicas propuso la nueva sensibilidad que trajo el proceso revolucionario? ¿Y las peculiares ideas de los románticos de la generación del 37? ¿Qué papel le cupo al complejo período rosista? Podría decirse que la estructura del texto gira en torno a la fórmula “De la inclinación a la pasión”, y propone mostrar cómo fue mutando el ideal de pareja y de amor. Mientras que en el período colonial se solía censurar la pasión y relacionarla con las “inmaduras” y “poco concientes” relaciones juveniles, el transcurrir de las décadas hizo que las opiniones se fueran haciendo más laxas. Si por un lado, la importancia que la primera década del siglo XIX le asignó a la voluntad individual, dará a las personas mayor énfasis para defender sus elecciones, la posterior explosión de las producciones románticas, ampliamente consumidas por la elite, logrará legitimar las pasiones, siempre y cuando estén ligadas a una “honesta pureza”. Pese a los prejuicios no del todo infundados sobre los años rosistas, Mayo señala una continuidad del clima de ideas, aunque claro, siempre estén presentes las miradas más conservadoras. El período posterior a Caseros, con su emergente y pujante esfera pública, generó publicaciones que reflexionaron sobre la “naturaleza del amor”, y llevaron el tema desde el ámbito privado al público. En ellas la pasión amorosa ya tenía un visto bueno.  

El libro cuenta con un anexo documental en el cual se han seleccionado cartas enviadas por amantes, y que puede llegar ser un sustancioso material para trabajar en las aulas. Las curiosidades de los estudiantes sobre el pasado suelen relacionarse con cuestiones de la vida cotidiana, y no por simple banalidad. Si para los adolescentes, especialmente, las cuestiones del amor ocupan la mayor parte de sus pensamientos ¿Cómo no trasladar a las personas de sociedades pretéritas, con una prudente diacronía, las inquietudes sobre sus vidas? El contacto con las experiencias de personas de carne y hueso, puede acercar dimensiones históricas y ayudar a sortear difusas abstracciones.

“La Historia como sentimiento. ¿Por qué no?” 


Prof. Paula Serrao.






[1]MAYO, Carlos, “Hablemos de amor”, Investigaciones y ensayos, N° 49, Buenos Aires, 1999.
  MAYO, Carlos, “Amor y romanticismo”, Investigaciones y ensayos, N° 50, Buenos Aires, 2000.
  MAYO, Carlos y LATRUBESSE, Amalia, Cartas de una mujer porteña (siglo XVIII), Santa Rosa,      Universidad de La Pampa, 1983.
 MAYO, Carlos, M.A. DIEZ y C.S CANTERA, “Amor, ausencia y destitución. El drama de Victoria    Antonia de Pesoa (una historia del mundo colonial), Investigaciones y ensayos, N° 43, Buenos Aires, 1994.









































Marcelo Rougier. La economía del peronismo. Sudamericana, Buenos Aires. 2012.


"En economía no hay nada misterioso ni inaccesible al entendimiento del hombre de la calle. Si hay un misterio, reside él en el oculto propósito que puede perseguir el economista y que no es otro que la disimulación del interés concreto a que se sirve." JAURETCHE, A. El Plan Prebisch, Retorno al Coloniaje. A. Peña Lillo Editor. Octubre 1973 Dentro de la colección “Nudos de la historia argentina” dirigida por Jorge Gelman, cuya finalidad es la divulgación de un estado de la cuestión de los nuevos abordajes históricos, se presenta una edición dedicada a la economía del primer peronismo realizada por Marcelo Rougier cuyo modo de encarar la problemática no resulta para nada casual. El epígrafe de B. Croce que da inicio al trabajo establece que el énfasis tiene el objeto de cuestionar las políticas económicas llevadas a cabo por el kirchnerismo: “algunos componentes identificables en la experiencia peronista “clásica” se encuentran presentes en la actualidad y son variables de acción y discusión en el campo de la política y la economía. (…) la discusión actual referida a si el crecimiento de la economía argentina depende del “viento de cola” de los precios internacionales y si es capaz de sostener ese crecimiento con un cambio de la estructura productiva que permita una relativa independencia de las variables externas, como veremos, se engarza cabalmente con las alternativas de la política económica del peronismo durante los años cuarenta y cincuenta…” Así, la hipótesis del trabajo Marcelo Rougier sostiene que ambos procesos carecen de una “directriz económica uniforme” y de una “estrategia de desarrollo de largo plazo ”. La obra contempla la separación de tres etapas: de 1946 hasta fines de 1948, caracterizado por un fuerte crecimiento; un período de crisis y de muy bajo crecimiento entre 1949 y 1952; y finalmente, una nueva etapa de crecimiento moderado que transcurre entre 1953 y septiembre de 1955, focalizándose en la historia estrictamente económica. Bajo estos preceptos y con una “simplificación audaz ” como él mismo lo califica, desarrolla los diversos vaivenes económicos que presentan al peronismo como una política económica abocada al pragmatismo. Con datos duros de la economía, mechándolo con selecciones caprichosas de declaraciones de Perón (sin exponer la fecha y el lugar de las mismas) Rougier expone cómo bajo este “populismo económico ”, el peronismo no cuenta con idea o meta clara de industrialización, no contaba con una “unidad teórica ni una concepción integral”. No obstante, el desarrollo centrado únicamente en datos duros desatiende los logros que posibilitaron un mejoramiento inimaginable en las condiciones sociales de los sectores populares y que en sus dos gobiernos descartó de lleno cualquier tipo de política de ajuste que deteriore el poder adquisitivo. El período de crisis en el cual se desarrolla el Plan de Emergencia en 1952, refleja que si el peronismo hubiese hecho uso de las recetas ortodoxas, los recortes en dichos sectores habrían sido drásticos. El desarrollo de una historia económica tal como está realizada por Rougier constituye una mirada sesgada donde las políticas económicas pierden relevancia. La “simplificación audaz” del autor expone que el peronismo, al estar preso de una economía dirigida por el Estado queda preso de los intereses sectoriales que lo dejaba con poco margen de maniobra para implementar medidas de largo plazo. Para sostener su hipótesis de falta de planificación, omite deliberadamente la realización del IV censo nacional en 1947, que le permitió establecer un estado de la situación demográfica, de desarrollo industrial y agrario del país. Dichos datos debido al retraso no pudieron ser utilizados en toda su magnitud para el Primer Plan Quinquenal, pero resultó trascendental para el Segundo. Además, el peronismo supo continuar una política de centralización que se venía gestando desde fines de la década del ’30 y principios del ’40. El Consejo Nacional de Posguerra fue de suma trascendencia para el desarrollo de políticas sociales y económicas que se llevarían a cabo durante ambos gobiernos. Las críticas que Rougier realiza a la economía peronista termina siendo tan segmentada y obtusa que termina cayendo en contradicciones: vale el ejemplo en cuanto a la nacionalización de los servicios públicos, donde el mismo autor admite la falta de inversiones de las empresas británicas, sin embargo, cuestiona la decisión del gobierno, como una dilapidación de los recursos. Luego, olvidándose del estado en que fueron recibidos, Rougier manifiesta que las inversiones dedicadas a este sector no pudieron evitar “el deterioro constante de los servicios y de la capacidad de carga ”. En resumen, cuestiona la capacidad de gestión del Estado, olvidándose lo que manifiesta páginas atrás (el estado deplorable de los trenes antes de la nacionalización), su discurso también adquiere una completa actualidad: enfocar el manejo de los servicios públicos por el Estado como una política que sólo genera pérdidas, sin cotejar el beneficio social del mismo. El problema de la inflación también tiene una mención donde el paralelismo con la actualidad resulta sintomático y, de nuevo, el enfoque económico del autor refleja la misma critica que realizan los economistas al kirchnerismo. El crecimiento del poder adquisitivo, el aliento al consumo, el desarrollo creciente del mercado interno termina generando una inflación alarmante. La responsabilidad está vista desde un lado del mostrador, y Rougier acusa también al mejoramiento del poder adquisitivo de los trabajadores el incremento de los precios. La especulación en la formación de precios por parte de los sectores productivos y las cadenas de servicio privadas parecen mantenerse ajenas de responsabilidad en torno al problema inflacionario. Rougier, siempre desde los números, sólo vislumbra la solución en la reducción drástica del gasto público y una apertura económica. Brindar facilidades o “seguridad jurídica” a capitales extranjeros que puedan remediar el descalabro económica que el gobierno peronista, preso de su alianza multiclasista, no logra resolver. Sin embargo, las medidas que se llevan a cabo durante el segundo gobierno de Perón no tenían como principio una política de ajuste sobre los sectores populares pero dejaba de lado una retórica nacionalista, como mencionaban Gerchunoff y Antúnez “el gobierno venía a descubrir que su nacionalismo inicial podía entrar en conflicto con la defensa del nivel de vida popular, y que a la hora de elegir lo iba a hacer por lo segundo ”. El objeto del trabajo de Rougier es presentar al gobierno peronista como “lo que no fue” o “lo que pudiera haber sido”: me refiero a que es constante el énfasis que realiza el autor ante los presuntos acercamientos que hace Perón hacia políticas que serían contradictorias al imaginario social que había creado: su intento de asociarse al Fondo Monetario Internacional; la intención de obtener un asesoramiento de Raúl Prebish… Así, el autor devenido en “destructor de mitos”, hacia el final de su trabajo sostiene que posteriormente se había realizado una “construcción sesgada del imaginario, que determinaría las expectativas y demandas de sucesivas generaciones, serviría para impulsar su incorporación a los distintos proyectos políticos peronistas en el resto del siglo XX y aún en las circunstancias más recientes ”. En conclusión, pesa sobre la historia económica argentina un error que interfiere en el progreso: el mito de la economía peronista enmarcada en la justicia social. Sin embargo, la construcción al que él hace alusión toma relevancia una vez caído el peronismo, constituido por las sectores que habían sido beneficiados por las políticas económicas del mismo y que volvían a encontrarse ante una situación que lo excluía y proscribía su voz. Durante el proceso conocido como la “resistencia peronista” es donde se “construye sesgadamente” el imaginario de esa época. Es ahí, donde se termina de definir el desdeño (común desde una mirada netamente económica) hacia el rol de los sectores populares, porque más allá de la acusación de pragmatismo hacia el líder que hace Rougier lo que perdura como herencia son las ideas directrices y el sentido de pertenencia que supo darle el peronismo. Muestra latente de la incidencia de cómo intervino revolucionariamente en el imaginario social de los sectores populares el peronismo. Evidentemente, si solamente se hubiese basado en un gatopardismo sin planificación de largo plazo, la experiencia peronista tendría que haber muerto en setiembre de 1955. Para Rougier, esa construcción sesgada en el imaginario que sostenía la idea de una economía prospera, fue la consecuencia de, cómo sostiene Halperín, una “larga agonía” que nos lleva al actual proceso encarado por el kirchnerismo. Ambos sostenidos por un “viento de cola” que, inevitablemente, desemboca en un cuello de botella con fuerte crecimiento inflacionario, además de caer en una falta de política industrial unificada. En síntesis, Rougier sostiene su hipótesis de trabajo dedicado a la economía peronista bajo un determinismo, alejado de las coyunturas externas e internas que pueden motivar el manejo de diversas estrategias aunque sin perder de rumbo el proyecto político y el modelo económico. La persistencia del legado peronista se sostiene gracias a su planificación y la efectividad de sus políticas sociales. Ninguna improvisación dura tanto tiempo.

                                                    

                                                                                                                                    Julián Otal Landi

Libros Recomendados

  • CAMPIONE, Daniel. Argentina. La escritura de su historia. Ed. del Instituto movilizador de fondos cooperativos, Buenos Aires, 2000.
  • CARBIA, Rómulo. Historia crítica de la Historiografía Argentina. Biblioteca de Humanidades, Universidad de La Plata, La Plata, 1939.
  • GALASSO, Norberto. La larga lucha de los argentinos y como la cuentan las distintas corrientes historiográficas. Buenos Aires, 1995.
  • SCENNA, Miguel Ángel. Los que escribieron nuestra historia. Buenos Aires, 1976.